sábado, 16 de julio de 2011

¿QUE ES LA MEDITACION? - Andrea Weitzner - jaimemaussan.tv



Meditar es ir hacia el centro
Sentarse y sentirse en intimidad con uno mismo

Todas las religiones apuntan a la experiencia de una realidad inefable, absoluta, la Unidad, la gran alma, el Ser, para muchos, Dios. Sabemos que el término religión viene de religare, que significa «unir» (o «reunir») y que todos participamos de la unidad del Ser divino a través de nuestro Ser esencial. Puede decirse que somos conciencia encarnada, una conciencia que respira por medio del aliento divino. El sentido trascendente del ser humano es percibir aquello se encuentra más allá del espacio y el tiempo, lo eterno de la existencia.

 Cada vez hay más personas que buscan un camino espiritual por diferentes motivaciones. Unas por curiosidad, otras porque está de moda, algunas para relajarse y otras por necesidad, a raíz de ciertas experiencias dolorosas en una búsqueda de verdadero sentido, y finalmente para encontrar una vía espiritual que les ayude a transformarse interiormente.

En efecto, cada día aumenta el número de hombres y mujeres interesados en aprender a meditar. La meditación es una práctica que está más allá de las doctrinas y religiones, es la esencia de todas las religiones; un camino hacia uno mismo, un viaje para descubrir y experimentar la verdadera naturaleza esencial. Sentarse es situarse conscientemente entre el cielo y la tierra, entre lo ilimitado del Cielo y lo ordinario de la Tierra, uniendo así en el corazón lo absoluto con lo relativo.

Al Ser se accede a través de la experiencia; mediante el ejercicio o práctica espiritual podemos sentir que formamos parte del Todo. El ejercicio favorece que seamos permeables y transparentes a lo que somos en lo más profundo de nosotros. En la práctica meditativa podemos vislumbrar nuestra esencia perdida en la identificación con la mente. Lo divino nos busca y nos encuentra en la soledad y el silencio.

La práctica de la meditación es un despertar de la conciencia corporal. En primer lugar, es importante tener conciencia del cuerpo como instrumento de realización espiritual, y no como un obstáculo en el camino. Tomar conciencia del cuerpo que se es, no que se tiene.

La palabra meditación proviene de meditari, que significa «ir hacia el centro». Meditar es sentarse y sentirse, en intimidad con uno mismo. A través de la meditación se abre la prisión del ego y se accede al Ser esencial. Para ello, hemos de contemplar el flujo de la actividad de la mente, sin identificarnos con sus contenidos, sean los que sean. La contemplación de los pensamientos y emociones tiene el efecto de disolverlos.

No practicamos la meditación con la idea de obtener algo, tampoco para sacar provecho, ni para relajarnos o ser mejores. Meditamos porque es lo mejor que podemos hacer llegado a un determinado momento en la vida, sin esperar premios ni recompensas, sin crearnos otro ego −ahora espiritual−, sino para conocer nuestra naturaleza original y estar más presentes en nuestras vidas.

En la meditación se trata de silenciar al ego dándole un «hueso que roer», para dejar que despierte la voz más profunda de nuestro Ser. Se puede meditar observando la respiración, o bien mirando un objeto o imagen, y también por medio de la recitación de un mantra o sonido −sea interior o exterior−, como sucede en el budismo tibetano, el sufismo e hinduismo.

En la práctica de la meditación son importantes el asiento, la postura, los ojos, las manos, la boca y la respiración. Repasaremos uno a uno dichos aspectos.

Hay que sentarse cómodo y holgado sobre un cojín −o zafu− con las piernas cruzadas, como una montaña bien asentada, con firmeza y majestuosidad. La espalda recta y bien erguida, con el coxis un poco hacia fuera de forma natural y la cabeza equilibrada entre los hombros relajados. La columna vertebral es el canal entre cielo y tierra; la verticalidad de su eje propiciará que la energía fluya por el cuerpo y la mente se encuentre en reposo. Es fundamental la inmovilidad en la postura para favorecer que la mente se vaya aquietando.

Los ojos han de estar ligeramente abiertos para no retirarse de la realidad con ensoñaciones y fantasías; la mirada delicada reposando en un punto fijo en el suelo a unos ochenta o noventa centímetros y la barbilla un poco hacia el pecho. La boca suavemente relajada, con la lengua en el paladar.

En cuanto a las manos, pueden estar sobre las rodillas, como en el budismo tibetano o el taoísmo, o bien formando el mudra cósmico del zazen: las palmas abiertas forman un cuenco, la izquierda sobre la derecha y los pulgares se tocan formando una línea recta, mientras que los dedos meñiques están pegados al hara, segundo chakra, justo debajo del ombligo.

El centro del cuerpo es el corazón, pero para abrirlo no hay que centrarse directamente en él, sino en el hara; desde ahí se facilita que el corazón se abra dulcemente, como una flor.

En la práctica de la meditación es imprescindible estar conectado con el centro de gravedad o hara, que proporciona estabilidad, voluntad, equilibrio, serenidad y dominio de uno mismo. La persona centrada en el hara se halla enraizada en una relación equilibrada entre el cielo y la tierra, con ella misma y con el mundo. El hara aporta confianza, seguridad, incrementa la salud y refuerza el sistema inmunológico. Además, facilita la acumulación de la energía vital, por eso en la vida cotidiana es bueno instalarse en él.

La conciencia del hara propicia estar presente y plenamente enraizado, libera del yo egocéntrico y nos permite percibir, acceder y actuar desde el Ser esencial. La conexión con el hara prepara para acoger la experiencia del Ser que permanece a la espera para brotar cuando se dan las condiciones adecuadas para ello.

Lo primero que experimentaremos es dolor físico ya que permanecemos inmóviles en una postura a la que no estamos acostumbrados. Se trata de la postura del loto o medio loto, si bien en algunas tradiciones −por ejemplo, la taoísta− se medita sentado en una silla con la espalda recta. Podemos empezar por sentir el interior, saborearlo, escucharlo y también sentir la piel, el exterior, lo que nos separa y a la vez une al mundo.

El ejercicio requiere entrenamiento y adaptación, aunque también es cierto que a más ego más dolor y que las personas con una mente agitada sufren más que las serenas. Hay una relación entre la postura corporal y la actitud mental, porque como sabemos cuerpo y mente están interrelacionados. Ahora bien, podemos entrenar el cuerpo y la mente, superar el dolor, armonizar la respiración e ir hacia la serenidad y quietud interior mediante la paciencia, la perseverancia y la confianza en que ahí se encuentra nuestra esencia

La observación de la respiración es fundamental y común a las diferentes tradiciones espirituales. La concentración tiene lugar en la respiración, en el ritmo de inspiración y espiración, en el intercambio vital: dar y recibir. Hay que ser íntimo con la respiración, en cada inhalación y exhalación. Se inspira apoyándose primero en el hara o centro de gravedad, dejándose ir e insistiendo en la espiración. Entre la toma del aire y la expulsión, entre el ir y venir sin la intervención de la voluntad del ego, se produce equilibrio y alternancia. Observamos la respiración, nos dejamos llevar en la expulsión del aire, soltando, abandonándolo todo, sintiendo el hara al final de cada espiración. En la exhalación se descansa, no se fuerza o manipula, se contempla. Al acabar de soltar el aire pueden contarse las respiraciones, de uno a diez.

Se reposa en la pausa entre inspiración y espiración. Inspiración, pausa, espiración lenta y vacío, y reencontrarse en la inspiración. En cada exhalación se entrega todo, hay una pequeña muerte. Cada respiración es una muerte y un nacimiento. La respiración es ser y devenir, nacer y morir a cada instante. Morir una y otra vez en cada exhalación, relajándose. Ser uno con la respiración, mientras ésta fluye sosegadamente, volver una y otra vez, sin añadir nada. Los pensamientos aparecen y desaparecen como nubes en el cielo, como olas en el mar, y una y otra vez los dejamos ir.

La respiración consciente es un poderoso mecanismo de transformación que conduce al «yo soy». La respiración es la vida, la expresión fundamental de la vida, del aliento divino o espíritu. Nos convertimos en respiración. El que respira y la respiración se funden, se hacen uno, de modo que pasamos de respirar a sentir que somos respirados por la vida.

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En la práctica de la meditación soltar es imprescindible, fundamental. Soltarlo todo, desprenderse de todo, morir una y otra vez en el cojín. Dejar de aferrar, relajarse y crear espacio, sin esfuerzo. En una actitud alerta y a la vez relajada, soltando pero manteniéndose firme y despierto se conecta con el vacío, con el centro o tesoro interior, accediendo a la intimidad con uno mismo. Sin detenerse en nada, sin estancarse, únicamente sentarse y dejar pasar.

 Cuando empezamos a practicar la meditación por primera vez parece que la actividad mental se haya incrementado, pero en realidad lo que sucede es que hay más conciencia de los pensamientos. Hay que dejar que las oleadas de pensamientos y sentimientos surjan y se desvanezcan, no seguir tras ellos sino permitir que vengan y se vayan. La mente es como un jarro lleno de agua fangosa que no hemos de remover sino dejar que el lodo repose y se vaya al fondo, de manera que arriba quede el agua clara.

Abandonamos las expectativas egoicas y centramos la atención en la postura y la respiración, así la conciencia se libera de la tiranía de los pensamientos y obsesiones y empiezan a abrirse espacios vacíos de pensamientos. Se trata de crear una discontinuidad o brecha en la corriente mental, de prolongar el espacio entre dos pensamientos.

De un continuum mental: ……………………………………………………………………………………………………………….

Pasamos a otro que es:

……… ……… ……… …….. …….. ……….. …….. ……… …… ……

Ha de ampliarse el espacio entre pensamientos sin aferrarse a las sensaciones agradables ni rechazar las desagradables; sin tratar de quedarse en ningún sitio, experimentando el estar presente hasta que no hay un yo ni un tú, ni dentro ni fuera. Generalmente nos aferramos a lo conocido y agradable y rechazamos lo nuevo o desagradable. Sin embargo, en ambos casos hay que observar, hacerlo consciente y dejarlo marchar. Ver, identificar, soltar y dejar ir. Intentar asirse a un pensamiento o sentimiento es como «querer coger la luna en el agua».

Dirigimos la luz de la atención hacia el interior para iluminar nuestra esencia. Simplemente estar, simplemente sentarse. Dejamos de luchar con nosotros mismos y nos relajamos en lo que es, reconociendo, aceptando y dejando pasar pensamientos, sentimientos y sensaciones.

Como se dice en uno de los libros más antiguos zen, el sutra del Shin jin mei:

La vía no es fácil ni difícil,

basta con no elegir ni rechazar.

Cuando no se elige ni se rechaza,

la verdad aparece delante de nosotros.

Una y otra vez, aún en el aburrimiento, la irritación o el dolor, hay que ver lo que surge y dejarlo ir. Al ver lo que aparece respiración a respiración tomamos conciencia del funcionamiento de la mente, aprendemos a ver qué surge momento a momento, lo que representa un poderoso entrenamiento para la vida cotidiana. Ejercitamos una mirada interior ecuánime, que no se queda fijada a hechos ni emociones, que no se aferra a tener razón o estar equivocada; una mente libre, exenta de juicios y opiniones.

Meditamos para ver qué sucede en nuestra mente, observamos los pensamientos dejándolos pasar, sin aferrarnos, volviendo una y otra vez a la postura, a la respiración, al hara.

Respecto al tiempo que dedicamos a la práctica de la meditación, se puede empezar por veinte minutos para llegar a media hora o cuarenta minutos, preferiblemente por la mañana y por la noche. Al acabar, nos levantamos despacio, sin brusquedades, para llevar esa atención a lo cotidiano.

Meditamos para abrirnos al aquí y ahora, para estar más despiertos en nuestra vida. Buda significa «el despierto» y meditar es practicar el arte de despertar. En realidad, el sentido de la meditación es llevar ese estado a nuestra vida cotidiana, prolongar el estar plenamente despiertos y presentes en todos y cada uno de nuestros actos. Otorgar esa amplitud, serenidad y silencio a todos los momentos y ámbitos de nuestra vida, bien enraizados en el aquí y ahora.

Vivimos en la ignorancia de lo que somos realmente, como sonámbulos, dormidos en ensoñaciones sobre el pasado y el futuro, preocupados, insatisfechos y temerosos. Despertar es darse cuenta del mundo esencial, entrar en el instante en la vida cotidiana, instalarse en el ahora.

En algún momento hay que elegir, seleccionar un camino y un maestro de entre las diferentes posibilidades y seguir con determinación aunque surjan dudas. El viaje espiritual exige la apertura del corazón, requiere perseverancia y un verdadero compromiso, paciencia, humildad y coraje. Supone encontrar la senda espiritual que más inspire, y hacerse la pregunta que se le proponía a Castaneda en Las enseñanzas de Don Juan: «¿Tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve».

Para recorrerlo es imprescindible una actitud de amistad incondicional con nosotros mismos, de amor compasivo y también cierta dosis de humor. Ha de profundizarse en la vía elegida, sin salirse a la primera dificultad, sin desalentarse y sin hacer gala de un «consumismo espiritual», con una actitud abierta, tolerante y respetuosa hacia otros caminos.

La espiritualidad significa estar presente, con el corazón abierto y receptivo, en actitud compasiva ante el dolor del mundo, entregados y comprometidos con la vida, amando cada vez con mayor profundidad, en contacto con los demás, con sencillez y simplicidad.

Es importante contar con las enseñanzas de un guía espiritual que nos enseñe un camino que conoce; que nos dirija, apoye y guíe ante las incertidumbres y obstáculos que inevitablemente irán surgiendo. Un verdadero maestro se reconoce en primer lugar porque proviene de un antiguo linaje de enseñanzas de maestro a maestro, de corazón a corazón, de mente a mente, generación tras generación. Signos de ello son que sea compasivo, comparta su sabiduría, no abandone, no manipule, sea humilde, alegre y con sentido del humor, y que encarne el amor, la verdad, la presencia y la sabiduría de las enseñanzas.

Se dice que «Cuando el alumno está preparado aparece al maestro», y así sucede. Es como un acto mágico o una sincronía cuando se da el momento de conocer a aquel que es un espejo claro donde mirarnos. Para ser un buen discípulo hay que estar receptivo a sus enseñanzas, con humildad, respeto, sinceridad y gratitud. Impregnarse de la sabiduría y espíritu del maestro, y confiar en él o ella.

A través de la meditación y de las enseñanzas comprendemos que todos los fenómenos son impermanentes, que las circunstancias no son eternas. Todo tiende a desaparecer. Somos seres en proceso y hay aspectos que nacen y aspectos que mueren, como al fin será nuestro destino. Nuestro sufrimiento proviene de aferrarnos a hechos, personas, situaciones, ilusiones y expectativas. Nuestras mentes agitadas están insatisfechas porque nos falta serenidad, tranquilidad y libertad interior. Sin embargo, el sufrimiento existencial puede superarse mediante una práctica espiritual que nos permita acceder a nuestra naturaleza original. Vivir el día a día con una mente tranquila y ecuánime, entrenada por la meditación, una mente serena ante cualquier experiencia. Se dice que Buda murió experimentando el Samadhi, la paz y la serenidad del alma fruto de la vía de la meditación.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola,

Soy Andrea Weitzner, la persona que sale en la entrevista de este blog de: "Qué es la Meditación".
Desafortunadamente, el canal de Youtube de Yohanan Díaz Vargas fue hackeado, y más de la mitad del material fue borrado.

Escribo con la experanza de que quizá ustedes hayan hecho alguna copia de la entrevista, una descarga, pues revisé en mi computadora, y no lo encuentro por ningún lado. Ojalá, creo en los milagros.

Namaste
Andrea

Javi dijo...

Hola Andrea, lo siento no tengo ninguna copia de la entrevista.

Saludos